En nuestros días, encontrar alojamiento para pernoctar en Madrid es considerablemente sencillo dada la alta y variada oferta hostelera, pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que no había apenas hoteles y la única opción que tenían los osados viajeros que se dejaban ver por la Villa y Corte eran las fondas.

Éste libro trata y habla de aquellas fondas y establecimientos, de corte humilde, que desembocaron en mil y una anécdotas. En él, su autor Peter Besas, recurre a los escritos y cuadernos de viaje de aquellos atrevidos huéspedes para rescatar situaciones y relatos que nos harán viajar más de 150 años en el tiempo.

En las primeras décadas del Siglo XIX, después de que un viajero había superado los peligros e incomodidades de un fatigoso viaje en una tambaleante diligencia de mulas, al haber llegado finalmente a Madrid, todavía le quedaba la aventura de buscar un sitio adecuado donde comer y dormir. Pasaremos por lugares como la Fonda de la Gran Cruz de Malta, o la Fonda de San Sebastián por negocios como el Café de Fornos o Lhardy e incluso por la conocida Posada del Peine. Seremos testigos en primera persona de las andanzas de aquellos primeros turistas por Madrid, sabremos su forma de entender el turismo y sus sinceras impresiones de aquella urbe desaliñada y ruidosa.

El panorama de las fondas y hoteles de la capital, sus casas de huéspedes, restaurantes y cafés, se abre aquí para plasmar un aspecto del Madrid de antes poco conocido. A los amplios datos históricos que aporta el autor, se añade el aliciente de anécdotas y detalles extraídos de los relatos de primera mano de los viajeros que se hospedaron en las fondas madrileñas.

Como anticipo de lo que os espera en sus páginas, así recordaba Richard Ford el panorama gastronómico de la capital en 1845. “La cocina es de segunda categoría, sin embargo, comparada con la oscuridad gastronómica en general de España, aquí se considera brillante. El puchero, con su insípida y grasienta vaca cocida y sus garbanzos hervidos, es todavía el sostén de la vida castellana. Esto, se burla del paladar con una muestra de alimento: se puede comer, pero cuando no hay nada más”.

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