“Mañana es el día señalado para que el pueblo soberano, mediante un precio relativamente soportable, pueda comenzar a darse el gustazo de hacer sus pequeños records en automóvil, ora por las calles empedradas de la villa y corte, ya cabe los amenos alrededores del arroyo Abroñigal.

Los contratistas de los carruajes de punto ya tienen en ídem el nuevo material: diez flamantes landeulets, de cuatro asientos, espaciosos, presentados con todo confort y apariencia. Por la mañana estuvieron ayer los autos expuestos en la plaza de la Villa, donde fueron examinados por ediles y numeroso público, y por la tarde fueron recibidos y «aprobados» por el alcalde y la Comisión de Policía urbana.

Con esta reseña informaba el diario ABC de la aparición del servicio de autotaxis en Madrid. Los lugares elegidos para la presentación en sociedad fueron la plaza de la Villa y el final del paseo de la Castellana, entre el actual museo de Ciencias Naturales, entonces Palacio de las Ciencias y las Artes, y el hipódromo, situado en el solar que hoy ocupan los Nuevos Ministerios.

El día señalado fue el 28 de marzo de 1909, domingo de Resurrección, una jornada de luto por la muerte del maestro Ruperto Chapí, enterrado dos días antes en medio de una multitudinaria presencia de madrileños en las calles para despedir al autor de La Revoltosa. El acto principal tuvo lugar en los altos del Hipódromo, donde hoy se levantan los Nuevos Ministerios y muy cerca del Museo de Ciencias Naturales y de la Residencia de Estudiantes.

Los nuevos automóviles públicos de Madrid, como fueron llamados al principio, empezaron a circular al día siguiente y las primeras paradas se situaron en las calles de Preciados, esquina a la de Galdo, con cinco carruajes; en la del Prado, junto al Ateneo, con tres, y en la de Alcalá, frente a la iglesia de San José, con dos coches. Justo en el mismo lugar en donde años más tarde se colocarían los primeros semáforos de la ciudad.

Para algunos madrileños los nuevos coches eran un signo de progreso y para otros resultaban innecesarios porque la oferta de carruajes de alquiler estaba bien cubierta con los populares simones.

Cuentan que los madrileños empezaron a rifarse los nuevos autos, no solo por la novedad de estar a la última sino por un hecho que se produjo a los pocos días de iniciarse el servicio. Por los mentideros de la Villa corrió la voz de que unos enfermos de tisis habían sido trasladados al hospital de San Juan de Dios en coches de punto y ante el temor de posibles contagios, muchos viajeros pudientes prefirieron utilizar los flamantes landolets ¿Hubo intencionalidad en la difusión de la noticia para animar a los madrileños a cambiar de servicio? Quién sabe.

Al margen de esta duda razonable, unos días antes de la inauguración, el Ayuntamiento de Madrid, principal impulsor de los nuevos taxis, había acordado extremar ‘las medidas de limpieza en los coches de servicio público realizando además del barrido y limpieza de los mismos después de cada viaje, la desinfección diaria de los carruajes’. Claro que las condiciones para la circulación de entonces eran muy diferentes a las actuales.

En aquellos tiempos se circulaba oficialmente por la izquierda o por donde se podía o se quería porque no había problemas de tráfico, salvo los generados por los tranvías en la Puerta del Sol por la alta concentración de líneas. La velocidad media de los automóviles no excedía de “diez kilómetros por hora en los sitios llanos y de poca circulación…” y de cinco kilómetros en el centro.  Velocidades equivalentes a las de un buen tronco de caballos al trote. En cambio, los nuevos vehículos alcanzaban una velocidad de vértigo para el ciudadano de aquellos años: hasta 20 km/h. marcaban los velocímetros y el pueblo se preguntaba que para qué tantas prisas.

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