La capa, también conocida como la pañosa, era una prensa elegante y confortable que solían lucir con extraordinario buen gusto los caballeros más castizos de ese Madrid tradicional ya desaparecido.

Lo más habitual era que se usase desde el otoño a la primavera y durante todo el día. Aunque también admitía cubrir trajes de etiqueta por la noche. Era una prenda universal cuyo origen se remonta muchos siglos atrás.

Los chisperos madrileños la llevaban como prenda obligada. Al marqués de Esquilache le costó el puesto los grandes esfuerzos que hizo para que se acortara la capa y para que se cambiara el sombrero ancho por el extranjero de tres picos.

Se podía llevar suelta o embozada. La técnica del embozo requería cierta soltura: sujetar con los dedos índice y pulgar, como en un pellizco, el interior de la capa, a unos diez centrímetros, dar vuelo a la pañosa con el codo y con un movimiento rápido y envolvente lanzarla sobre el rostro, de forma que quede perfectamente ajustada al cuerpo. Cuando el tiempo no es lo suficientemente frío se puede llevar sobre los hombros, sin embozar.

La capa no sólo servía para abrigar, era un símbolo de distinción y elegancia. Una tradición enraizada en la vida social de aquel viejo Madrid. Una símbolo que sólo algunos llevan todavía como herederos de aquella esencia.

Más información en «Memorias de un Madrid vivido. El sonido del recuerdo», de Alberto Delgado. 

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