El escenario es la Plaza de la Paja en 1860. En aquella pequeña plazuela sólo había una pequeña tienda de comestibles, una de vino y una barbería. Sin embargo, era el centro donde se vendía y se compraba, se hacían negocios a plazos y se criticaba al prójimo.

A pesar de estar muy cerca del centro neurálgico de la Corte por donde pasaban todo tipo de carruajes y había una actividad incandescente, en la Plaza de la Paja -situada en un alto al que se accede por calles tortuosas- sólo se escuchaba silencio.

Era al caer la noche cuando tomaba vida esta plazuela. Allí se daban cita los vendedores ambulantes de aguardiente, los que llegaban con sus carros repletos de productos del campo y las bestias que cargaban con toda aquella mercancía.

Al comenzar la mañana ya estaban todos en sus puestos. Naranjas, pimientos, tomates, patatas, sandías, peras y manzanas era lo que se vendía en esa plaza. La gente llegaba de todas partes buscando género que luego revendía a los consumidores finales.

La plaza era un hervidero de gritos y palabras en búsqueda del mejor tratante. La actividad solía acabar sobre las nueve de la mañana. El resto del día eran muy pocas las personas que cruzaban la plazuela quedando desiertas y frías las callejuelas adyacentes.

Más información en «Pasajes históricos de Madrid», de Ángel J. Olivares Prieto.   

 

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