A las madrileñas, independientemente de su clase social,  les gusta acicalarse para irse de bureo, a la verbena, a la kermés o al patio bullanguero. También para asistir a misa o para pasear por las Vistillas.

A la mujer de la capital le interesan las modas que vienen de fuera. Es por eso por lo que en el S. XVIII adoptan el corsé, una prenda que oprimía el talle y reducía la cintura hasta límites que, en ocasiones, provocaban dificultades orgánicas.

La ropa era, muchas veces, un signo de distinción y decoro. Hubo, por ejemplo, un tiempo en el que existían nomas en el vestir para las mujeres que querían pasear por el Retiro. Hasta el 12 de mayo de 1767 estaba prohibido el acceso a este parque a todo el pueblo madrileño.

Cuando se decide la apertura de un sector de los jardines al público, el Ayuntamiento lanza una orden muy estricta en relación a la moda: las mujeres tienen que guardar el manto, pues a la que se la vea en el hombro o en la cintura se les quitará por los guardias reales del Sitio, sin que sirva de disculpa el ambiente u otra razón. Aquellas que llevaran mantilla o pañuela, se deberán despojar de ellas al entrar al parque y, en caso contrario, serán los guardias quienes lo hicieren.

Anterior a esta fecha existe una pragmática de 1743, durante el reinado de Fernando VI, en la que se establece una rígida normativa para acceder al Retiro en situaciones excepcionales: Se permite el paso a personas decentes en horas regulares para pasear o recrearse a excepción de las mujeres de apariencia sospechosa, mal vestidas y con mantilla o a caballeros que no lleven el traje regular de cortesanos y entren a caballo o con capa y gorra. 

Más información en «Madrileñas de armas tomar» de Ángel del Río.

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